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Oswaldo Carpio

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domingo, 4 de agosto de 2013

El sicario mediático

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El sicario mediático

domingo, 4 de agosto de 2013 - 38746 vistas

El ex conductor de televisión vuelve al Perú y declara que está interesado en postular a la presidencia de la república. Busca instalarse en el país, otra vez, cuando se acercan las elecciones. Una vez cumplidos sus objetivos que son siempre los mismos volverá sobre sus pasos.
 
Regresa con el fin de preparar las condiciones -estamos a meses del 2014 cuando se inicia una nueva campaña electoral- para ingresar a la televisión. En el proceso, como él sabe y lo dijo, “la plata llega sola”, frase que atribuyó a su interlocutor que ocupaba, cuando se reunían, la más alta magistratura. ¿De qué hablaban en esos días? De apoyar la candidatura del ex alcalde y ex presidente regional del Callao pese a la queja de algunos dirigentes del partido. Se había ordenado que se difunda la información a determinados medios y periodistas de los problemas policiales y judiciales del  ex cliente de la candidata del PPC.
 
El modus operandi del sicario mediático no es nada nuevo. Su estrategia es la misma. La ha repetido cada vez que hay elecciones sólo que las últimas dos veces -2010 elecciones municipales y 2011 presidenciales, las condiciones eran favorables para su negocio. Sabe cómo hacerlo pues conoce a los medios por dentro: sabe qué decir, cómo decir, qué hacer y cómo hacer. Además, cuenta con una televisión complaciente y un público de memoria corta, volátil, oportunista, de moral relativista que se deja “seducir”.
 
El sicario mediático afirma estar arrepentido del terrorismo de imagen que le hizo a Lourdes Flores en las elecciones municipales del 2010. ¿Qué hizo? Cumplió la labor para la cual lo habían contratado durante más de cuatro meses, diariamente, de lunes a viernes –más de una hora diaria- y también los domingos –dos horas -. El que lo contrató quedo fuera de carrera pero el sicario continuó para que Lourdes Flores no gane. Esa fue la venganza del que quedó fuera de carrera. Fue una elección por la que la persona menos preparada ganó de carambola. Al sicario no le interesó el resultado electoral. Le interesó la ganancia.
 
La campaña cobarde del sicario hizo uso de la burla, el sarcasmo, la mala fe, la ironía, la tergiversación: la palabra y la imagen artera que sabe usar. La inteligencia para el mal.  Aprendió todos los trucos, todas las formas, todas las mañas a lo largo de décadas en la que hizo el papel de niño terrible. Ahora es un viejo desgarbado. Una caricatura de él mismo.
 
Sevicia –crueldad excesiva, trato cruel- es la palabra que define la acción innoble del sicario mediático.
 
Terminada su labor, el sicario intentó hacer lo mismo contra Ollanta Humala. No logró su objetivo porque el juego, demasiado burdo, ya había puesto sobre aviso a los ciudadanos que intentaban decidir cómo votar en un momento tan complejo en el que la mayoría no sabía por quién . El sicario mediático volvió a las andadas. La ganancia era grande. Tomaron la decisión de contratarlo. Hicieron una bolsa y el sicario aceptó. Ese es el sentido del sicario mediático: la ganancia. No hay interés superior.
 
Los que lo contrataron se precipitaron por el enorme temor al triunfo de Humala. Decidieron rápido, asustados, creyendo que el sicario podía hacer la misma faena exitosa: el tiro de gracia en la imagen del blanco elegido. Pero, no contaron con la decisión de la productora del sicario que por temor no aceptó hacer ese “trabajo”. Desistió no por convicción ética. sino por miedo, temió que el sicario esta vez no lograra su objetivo. Preguntó: “¿y si gana Humala”? Temió represalias y no se la jugó. El sicario mediático decidió hacer su “trabajo” solo. Total al final saldría del país antes de las elecciones. Como siempre.
 
Ahora intenta volver porque, considera que la gente ya habrá olvidado todo. Han pasado tres años. Puede tener razón. Hay un sector de peruanos que olvida pronto. Los estafadores políticos y los sicarios mediáticos juegan a eso: el olvido. Pero, asimismo, algunos “políticos” lo buscan, creen en sus cantos de sirena y, además, es preferible intentan usarlo contra los otros.
 
¿En qué consiste el “trabajo” del sicario mediático? En hacer terrorismo de imagen.
 
El sicario común y corriente, el asesino contratado por unos miles de soles,  asesina de un balazo en la cabeza a sus víctimas o de varios si es indispensable. El balazo en el cráneo es para asegurar la muerte de la víctima y cobrar.
 
El sicario  mediático hace terrorismo de imagen. Sus tarea consiste en una labor sistemáticamente de destrucción de la imagen de una persona. Para eso cuenta con “la productora” que le proporciona la información, las imágenes, hurga en los vídeos, manipula, saca de contexto. Miente usando el método de las semi-verdades. Lo hace por las mismas razones, siempre. Su objetivo no es político ni moral. Es la ganancia. El dividendo.
 
El sicario mediático convierte a su víctima en el hazmerreír de todos. No sólo usa el sarcasmo y la ironía. No es sólo eso. Como en la Venezuela “chavista”, usa el medio de comunicación para repetir día a día las mentiras. Lo hace sonriente, en tono “mesurado”, calculado porque los cínicos y sicópatas son así. Por momentos juega a ser objetivo, a ser bueno, a “asesorar” públicamente a su víctima. La invita al programa pero no la recibe y si lo hace, crea las condiciones para continuar con el terrorismo de imagen.  No le interesa el escándalo. El interés es la ganancia. No hay duda en eso.
 
El terrorismo de imagen lo usó en el Perú Vladimiro Montesinos con Alberto Fujimori. Convirtieron a los candidatos que competían con ellos en piñatas. El objetivo a destruir encabeza las primeras planas de los diarios “chicha” y el “scketch” de fondo de los programas de televisión que controlaban incluidos, obviamente, varios programas “cómicos” o de “humor” con un imitador a la medida. Montesinos y Fujimori no tuvieron miramientos. Las mentiras, los inventos, los apelativos, el doble sentido, las fotos trucadas, el engaño permanente, las declaraciones inventadas, la interceptación telefónica, las puestas en escena en las calles, transmitidas entonces por el canal del estado; las primeras planas, los periodistas comprados que inventaban “noticias” se multiplicaban día a día, como un torrente de maldad infinito hasta que las encuestas mostraban la caída del candidato opositor. Cuando eso ocurría enfilaban sus maldades contra el que había crecido en las encuestas y se había convertido en una amenaza. Así fue el año 1999 y el 2000. El terrorismo de imagen es aún más malévolo que el asesino a sueldo que elimina  la vida de un disparo. En el terrorismo de imagen la víctima sigue viva pero su imagen ha sido demolida, destruida pese a la que la Constitución y las leyes la protegen. El sicario usa los intersticios legales, los vacíos. Él y los que lo contratan saben lo que hacen.
 
El terrorismo de imagen requiere de un cínico –cobarde-, decadente; un manipulador competente que tiene, en la ganancia, el sentido de su existencia.  Goza con la acción diaria, sistemática, permanente, insidiosa, pues en su inseguridad necesita hacer uso de la inteligencia para probar su capacidad. Es narcisista. La palabra usada como un puñal le agrada. Inventa una imagen del objetivo, un ser humano, a destruir y lo hace sin miramientos morales. Padece una forma de psicopatía
 
El sicario mediático, además, cuenta con aliados. Él hace uso de audios obtenidos ilegalmente. Primero, cuando los emite, dice que los audios o las imágenes son ilegales. Luego las utiliza, justificando que son de interés público, sabiendo que no lo son. Inmediatamente, los demás los usarán con subtítulos grandes para escandalizar aún más. Es el “interés público” sostienen pese a que la interceptación telefónica está hecha precisamente para que la difundan. Tiene un objetivo preciso.
 
El sicariato mediático cumplido su objetivo se va del país a disfrutar lo obtenido.
 
El sicario vuelve cuando hay elecciones. Hay personas de su misma calaña que lo buscan para hacer negocios.
 
El sicario mediático lanza mensajes para que un canal de televisión lo “contrate”. Luego vendrá el verdadero negocio.
 
El sicario sabe cómo hacer su labor. Cuando regresa pide disculpas. Se muestra arrepentido. Es que sabe manipular, lo ha hecho durante décadas con su familia. Tiene experiencia de décadas. Es ontológicamente  un gran manipulador. Presenta un rostro “bueno”. No le cuesta porque su paso por las pantallas, además, le ha permitido mejorar día a día la bufonada.
 
El sicario mediático es un psicópata, así de claro.  Juega con vida y la imagen de las personas. Es inteligentes porque algunos psicópatas lo son. Como se sabe, el problema con el psicópata  no es la falta de inteligencia, es de valores. Es un tema moral. Sabe que hace daño. Sabe que no es correcto.  Sabe que miente, sabe que manipula, sabe que engaña. Pero busca su conveniencia: va obtener una ganancia por ese “trabajo”.
 
El sicariato mediático busca un partido político y un canal de televisión. Sabremos la calidad humana de los que intenten contratarlo ya sea para jugar a ser “candidato” o para un “programa” de televisión.
 
El país está enfermo de valores. Veremos si el sicario vuelve y tiene éxito en sus pretensiones. Si vuelve a la televisión, encuentra un “partido” y hace, nuevamente el despreciable “trabajo” de destruir la imagen –el terrorismo de imagen- de una persona con el fin exclusivo de obtener una ganancia.

 

Escrito por: Oswaldo Carpio para SanJuandeLurigancho.com

 

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