El año de 1996, tuve la suerte de conocer a una pareja de esposos; ellos nacieron a comienzos del siglo XX en el lejano Japón, me refiero al señor y a la señora Sei Sei. Los conocí por la información que me dio Goyito, antiguo trabajador del fundo de la Familia Solari Braumsberger. En aquella oportunidad Goyito me contaba sobre los misteriosos montículos que se encontraban en Zárate; yo buscaba referencias respecto al antiguo templo en “U” que había denominado Azcarrunz. Con muchas dudas me dijo: Busca a la familia Sei Sei, ellos todavía tienen su terreno allá, señalándome el cerro que separa las quebradas El Sauce y Mangomarca.

Efectivamente, entre un pampón rodeado de viejas tapias y un terreno alborotado por la acción de las ladrilleras encontré una pequeña casa pintada de azul y de una sola planta, no quedaba nada del verdor que me imaginaba; por el contrario, el polvo se había apoderado de todo el espacio, un pequeño jardín con mucho detalle de flores era acaso lo más vivo que rodeaba esa propiedad.

Grande fue mi sorpresa cuando al tocar la puerta me abrió una anciana con claros rasgos japoneses, muy delgada y con una pronunciación casi entendible del castellano. Me animé a contarle el propósito de mi vista, muy amablemente me hizo ingresar a un ambiente de pocos lujos, muebles viejos y en un sillón cómodo donde se encontraba descansando su esposo, también un anciano a quien la sordera lo había apartado de la realidad de este mundo.

Fue difícil la comunicación. Me dijeron que cuando ellos llegaron todo era distinto; además del canal que bordea el cerro todo era campos de cultivo, se habían dedicado a la siembra de sandillas y flores. Como mi interés era lo arqueológico, no animé mayor dialogo. Desde entonces he sentido una gran deuda con pobladores migrantes que desde hace más de cien años cruzaron el océano Pacífico para trazarse un nuevo sueño de vida.

De la casa de los Sei Sei no queda ni el polvo de las paredes, ni las flores coloridas de su pequeño jardín; ahora, lejanas calles de trazos imperfectos y un mercado moderno al costado del antiguo camino Lurigancho han borrado de nuestra memoria el esfuerzo de los primeros japoneses que entraron a trabajar a nuestro distrito.

Uno de los primeros libros que leí tan pronto ingrese a la universidad se titula “Los migrantes japoneses en el Perú” (1979) de Amelia Morimoto, donde cuenta la historia del arribo de los primeros grupos de japoneses a nuestro país.

Como se sabe, el Perú desde 1873 mantenía un tratado de paz, amistad, comercio y navegación con el país asiático, tratado que sienta las bases para que el 3 de abril de 1899 llegue al puerto del Callao el primer grupo de japoneses dispuestos a trabajar en las haciendas costeñas y otros, con más suerte, iniciaron pequeños negocios, en total 790 migrantes.

Uno de los episodios más tristes es la persecución y deportación que sufrieron 1771 personas a quienes nuestro país trasladó a Estados Unidos tomando como pretextos la seguridad nacional. Japón, a fines de 1941, había atacado el puerto de Pearl Harbor, y la guerra entre ambos países incursionó a la larga historia de acontecimientos de la segunda guerra mundial, era el año de 1942, tres años después el Perú le declara la guerra al Japón.

De esos episodios han transcurrido muchos años, y el movimiento migratorio no solo ha significado recibir a los hijos del imperio del sol naciente, sino procesos de retorno de la generación Nikkei que, en la década del 1980, arribaron al suelo de sus ancestros. Nuestro país ha tenido un presidente japonés y es innegable la influencia de su cultura en nuestra nación.

Pero volviendo al tema, en nuestro archivo manteníamos imágenes de hijos de trabajadores japoneses en formación para el inicio de clases que se daban en el pueblito de Lurigancho, hasta entonces las maestras Eva y Esperanza Noriega, compartían un ambiente donde todos aprendían a leer y las fórmulas de la tabla matemática. No existía ninguna escuela oficial en nuestro distrito. La pregunta era ¿y quiénes eran los padres de esos niños?, sabíamos incluso que uno de ellos logró tener un pequeño negocio, el tambo, equivalente a las bodegas de hoy en día.

Una de las primeras escuelas en nuestro distrito fue gracias al aporte de la hacienda Azcarrunz. (Fotos: Archivo IC Ruricancho, data de 1950).

Con el transcurso del tiempo y mientras hurgábamos entre viejos documentos y antigüedades de los poco que quedaba en pie en el antiguo Haras Lurigancho, dentro de un viejo libro contable, se encontraba una hoja suelta. La hoja reproduce el nombre completo de los hombres trabajadores de la hacienda Azcarrunz propiedad de Carlos Palacios Villacampa y de su esposa Amelia Moreyra y Paz-Soldán. El documento es valioso ya que presenta fecha y el listado de un grupo de jornaleros japoneses.

El documento tiene como fecha 31 de julio de 1942, presenta los pagos y deudas de trabajadores yanaconas de las hacienda y empresa: “Sociedad Agrícola Azcarrunz y Zarate”, y corresponde a 15 trabajadores con nombres y apellidos japoneses, salvo uno “Luis Sukayama”, que parece ser de una segunda generación, es la primera vez que un documento permite rastrear el destino de un grupo de nipones.

Imagen del documento hallado, corresponde a un alista de trabajadores japoneses de la hacienda Azcarrunz, 1942

No existían datos muy exactos de población japonesa en Lurigancho, si bien la hacienda Huachipa se convierte en un importante espacio de trabajo y referente de presencia japonesa, para el caso de nuestro ámbito, no disponíamos de esa información. El censo de 1961, muestra como la población japonesa en Lurigancho (SJL hasta Chosica), es de 181 personas, es decir mayor al de otros extranjeros (chinos, italianos, alemanes, etc.).

Cuadro de población en Lima, según censo 1961 (Oficina Nacional de Estadística y Censos, 1973:64)

Una descendiente de los primeros trabajadores es nuestra amiga Keiko Hirei Nakandakari, vecina del pueblito de Lurigancho, su abuelo llegó a trabajar en la hacienda Flores, así durante la segunda mitad del siglo XX, familias japonesas arriendan tierras para cultivar hortalizas y otros productos que abastecían Lima; es valioso los datos que nos brinda ya que demuestra que para la segunda mitad del siglo XX muchos japoneses ya no son trabajadores o peones de haciendas, sino propietarios y arrendatarios de parcelas en nuestro distrito. Una hermosa lección en todo esto, la voluntad y esfuerzo permite conquistar sueños, así mismo valorar su esfuerzo que contribuyó en sacar adelante nuestro país.

Keiko, vecina del pueblito descendiente directo de japoneses que llegaron a nuestro distrito e hicieron de este suelo su hogar.

Referencias:

  • Morimoto, Amelia (1979) Los migrantes japoneses en el Perú. Taller de Estudios Andino Universidad Agraria, Lima
  • Poloni, Jacques (1987) San Juan de Lurigancho: su historia y su gente. Un distrito popular de Lima. Centro de Estudios y publicaciones. Lima.
  • http://www.taringa.net/posts/info/18419666/El-drama-de-peruano-japoneses-en-campos-de-prision-en-USA.html
  • http://www.apj.org.pe/inmigracion-japonesa/historia/cronologia-inmigracion